lunes, 24 de junio de 2013

Angustias varias

Se sentía triste. 
Habían terminado de recoger todo y le habían pedido que les diese aquella noticia a los niños.
Pero no sabía cómo hacerlo. 
Los había visto al llegar: el mayor tendría unos 8 años y el otro 5 o 6. Estaban en su habitación cada uno en su litera.
Y allí estaba ella, a la puerta, sin saber qué hacer, ni qué decir. ¿Como se les dice a unos niños que su papá ha muerto?. Sabía que era una embarcada muy gorda, pero no tuvo valor para decirle que no a la madre.
Entró. Habló con ellos, se dijo lo mejor que pudo.Salió. 
Aún recuerda que aquella noche lloró.

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Han pasado muchos años desde aquel día. Ahora tiene hijos de esa edad. 
Hoy ha repasado la guía del duelo infantil, aunque la sabe. 
Hoy sigue sintiéndose tan poco preparada para ello como entonces. 
Y ¿si un día tuviera que dar esa noticia a sus hijos?. Le angustia tan solo la idea de pensarlo. 
Porque ella deja el trabajo cuando se quita el uniforme, porque para ella esas son cosas de la vida de otros, porque en su universo no pueden pasar todas esas cosas, porque prefiere ignorar todas esas posibilidades, porque necesita vivir hoy y mañana sin esa angustia vital, sin la certeza de saber que va a pasar, (incluso que sean suyas las malas noticias).
Es consciente de que algún día trabajo y vida irán de la mano, pero hoy ( de momento) no es ese día.




lunes, 3 de junio de 2013

"No perdono a la muerte enamorada"


De camino al trabajo, le vinieron a mente versos sueltos de Miguel Hernandez, de la Elegía a Ramón Sijé. Esa que había leído muchas veces y siempre le removía por dentro. Esa que había leído por primera vez en el colegio, ponía en su boca las respuestas que no podía dar porque se le encogía el alma, lo que sí esperaba es que esos versos fueran de un futuro muy lejano, porque no podía imaginarlo cercano:

"(...) Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

(....)

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


Miguel Hernández