Uno nunca llega a saber del todo la importancia de sus hechos en la vida de los demás.
Nosotros aunque habitualmente seguimos el caso clínico y nos interesamos por cómo han evolucionado nuestros pacientes, rara vez volvemos a verlos o a hablar con ellos.
Creo que, en general, nosotros preferimos pasar como un pequeño instante en sus vidas y pensar que nos olvidarán y no se acordarán de nuestra cara, ni nuestro nombre.
Aunque somos conscientes de que nuestro trabajo representa muchas veces la diferencia entre vivir o morir, entre recuperarse bien o tener muchas secuelas, no solemos pensar sobre ello. Lo hacemos lo mejor que podemos y nada más.
Es cierto que recibimos felicitaciones de pacientes o familias a las que hemos atendido. Normalmente es una carta oficial de la gerencia aportándonos copia de la historia clínica del caso que atendimos y diciendo que nos han felicitado por ello. Nunca llegamos a saber lo que realmente dice la gente ya que lo hacen por teléfono, al mismo número que marcaron para pedir ayuda.
Pero esta vez, ha ocurrido algo completamente diferente, ha llegado esta carta a nuestra base. Aquí la transcribo literalmente:
" Eran las 4 de la mañana, estabais de guardia y recibisteis un aviso. No se muy bien cuales serían las palabras exactas, quizá "bebé de 16 meses en parada respiratoria". Y arrancasteis la ambulancia rumbo a nuestra casa.
Eran poco menos de las 4 de la mañana cuando mi hija se despertó, como cada noche, para "mudarse" a la cama de papá y mamá. Estaba llorando en su cuna, la cogí, la abracé. Sabía que verla cada mañana era la alegría mas grande del mundo. Nos metimos en la cama. Apagué la luz y empezó a temblar. Dejó de respirar.
En minutos la vida de mi hija se me fue de las manos. Su padre la llevo al salón, la tendió en el suelo, atendía las órdenes de un sanitario que le hablaba por teléfono. Mi hija ya no estaba. Era su cuerpo el que ahora ocupaba el suelo del salón. Era su cuerpo el que permanecía inmóvil al lado de los regalos de Navidad.
Sonó el timbre, subisteis corriendo, entrasteis como el viento en el salón de mi casa. Poco o nada podíais hacer, mi hija estaba muerta en el suelo.
Me sacaron de la habitación, quise dormir, despertar de la pesadilla. Vosotros luchabais. Diréis que es vuestro trabajo, pero aquella víspera de Nochebuena todos vosotros hicisteis mucho más que trabajar. Aquella Nochebuena rompisteis las barreras del tiempo, del sonido...¡qué narices! rompisteis todas la barreras y conseguisteis que el pequeño corazón de mi ángel volviese a latir.
Algunos pensaron y pensarán que no merecía la pena; pero yo, que soy su madre, quiero deciros que mereció la pena. Que gracias a vosotros cada mañana veo los ojos de mi pequeña, cada tarde puedo calmar su soledad cogiéndola en mis brazos y cada noche puedo oírla respirar.
Nuestra pesadilla no ha terminado. La guerra de A. no ha hecho mas que empezar, pero hoy muchos días después quiero daros las gracias porque si no hubieseis ganado aquella batalla, hoy no habría guerra que librar.
Es difícil agradecer algo tan grande: unas flores, unos bombones... todo me parece poco. Entonces he decidido escribiros esta carta. Esta carta como anticipo de agradecimiento, porque espero que algún día sea ella quien os de las gracias, quizá pueda dedicaros su preciosa sonrisa, pero ella encontrará el modo de daros las gracias. Mientras tanto, de corazón, os las doy yo."
Es nuestro trabajo visto desde el otro lado, es mucho más de lo que ninguno hubiera esperado nunca.
¡Ojalá todo les vaya bien!
Es nuestro trabajo visto desde el otro lado, es mucho más de lo que ninguno hubiera esperado nunca.
¡Ojalá todo les vaya bien!