Se sentía triste.
Habían terminado de recoger todo y le habían pedido que les diese aquella noticia a los niños.
Pero no sabía cómo hacerlo.
Los había visto al llegar: el mayor tendría unos 8 años y el otro 5 o 6. Estaban en su habitación cada uno en su litera.
Y allí estaba ella, a la puerta, sin saber qué hacer, ni qué decir. ¿Como se les dice a unos niños que su papá ha muerto?. Sabía que era una embarcada muy gorda, pero no tuvo valor para decirle que no a la madre.
Entró. Habló con ellos, se dijo lo mejor que pudo.Salió.
Aún recuerda que aquella noche lloró.
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Han pasado muchos años desde aquel día. Ahora tiene hijos de esa edad.
Hoy ha repasado la guía del duelo infantil, aunque la sabe.
Hoy sigue sintiéndose tan poco preparada para ello como entonces.
Y ¿si un día tuviera que dar esa noticia a sus hijos?. Le angustia tan solo la idea de pensarlo.
Porque ella deja el trabajo cuando se quita el uniforme, porque para ella esas son cosas de la vida de otros, porque en su universo no pueden pasar todas esas cosas, porque prefiere ignorar todas esas posibilidades, porque necesita vivir hoy y mañana sin esa angustia vital, sin la certeza de saber que va a pasar, (incluso que sean suyas las malas noticias).
Es consciente de que algún día trabajo y vida irán de la mano, pero hoy ( de momento) no es ese día.