lunes, 21 de marzo de 2011

La gran ciudad

No le gustaba aquella ciudad.
Había llegado a esa conclusión después de estar un par de veces de visita, y ahora le iba a tocar vivir y trabajar allí.
Era demasiado grande, demasiado ruidosa y muy incómoda para caminar y para conducir. Sin embargo, a los que les gustaba, decían que era una ciudad llena de vida, dinámica y cosmopolita. ¡Como si la vida de la ciudad le fuese a hacer sentir a ella más viva!.
Por si fuera poco, estaba lejos de su casa y además  no conocía a nadie.
En fin, daba igual, eso era lo que había y habría que acomodarse a vivir allí.
Buscó piso y después de un par de días, tuvo suerte (¡cómo no!): un 8º con unas vistas espectaculares, bien amueblado, a escasos 50 metros de su lugar de trabajo y con un supermercado en los locales del edificio. ¡Empezaba con buen pie!.

Ahora, años después, recordaba aquel principio con mucho cariño.

La ciudad seguía sin gustarle lo más mínimo, seguía siendo un caos urbanístico: había calles, travesias y callejones que no venían en ningún plano, había gente que no sabía decirte donde vivía, había casas en el medio de las huertas, había concejos, parroquias, municipios...No había un espacio abierto en el no se vieran casas, cada una de una forma, de distintas alturas, caserones al lado de rascacielos... afortunadamente podía acercarse y mirar al mar.
Aquella ciudad, que durante el día, era un hervidero de gente a toda prisa, de pitidos de coches y de trasiego de barcos, quedaba desierta por la noche.
Recordó la sensación de calma total de las 4 y las 5 de la mañana, cuando iban o volvían de algún aviso.
Allí  y a aquellas horas, le habían dicho por primera vez que eran "los ángeles de la guarda", que "nosotros somos  de una aldea. Pero allí ustedes no llegan y yo estoy más tranquila por las noches sabiendo que están cerca". Era un matrimonio mayor con  problemas de salud. Le inspiraron ternura,  " ¡qué pena que uno tenga que dejar su lugar de siempre e ir a una ciudad como aquella, solo por éso!".

Le gustó trabajar allí. Aprendió tanto, que aunque éso fuese lo único, mereció la pena todo lo demás. 

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