martes, 5 de julio de 2011

Darse guerra

Era la una de la madrugada y aún no se había acostado. Sonó de nuevo un aviso y se pusieron en marcha. Parecía algo fácil y agradecido: una hipoglucemia.

Iban a  una de esas direcciones enrevesadas, donde los portales se encontraban de espaldas a la carretera y no estaban indicados. Era un barrio construído en la década de los 60: bloques de pisos de 4 alturas sin ascensor, con una calle peatonal en medio que se convertia en  el punto de encuentro obligado para los vecinos.  La mayoría  llevaba viviendo allí desde el principio y  todos se conocían.
Al llegar les estaba esperando un vecino. Aquel hombre, casi en pijama, les indicó el portal, donde otro vecino les esperaba para que no se cerrara la puerta. Subieron al domicilio. Era un piso de unos 70 metros, muy bien arreglado.

Una mujerina pequeña y nerviosa les guió al dormitorio. La acompañaban los vecinos del piso de al lado, por si necesitaba algo o había que ir al hospital: "Aquí somos todos como familia"

Una vez confirmado el diagnóstico, comenzaron el tratamiento y mientras tanto, ella se dirigió a la mujer para tranquilizarla y pedirle datos: nombre, apellidos, alergias, enfermedades previas, tratamientos...
La mujer todavía nerviosa, se esforzaba en ayudarla, pero no encontraba nada. Cuando, al fin, vio que él recuperaba la conciencia, entonces acertó a decirle todo:

-" Tiene 91 años y yo 88. Y ahí donde lo ve, llevamos  62 o 63 años casados... ¡ ya nos hemos dado dado guerra, ya!".
Se acercó a él y le dio la mano. Él ya conocía y hablaron un poco. Todo estaba bien.
Ella sonrió al verlos: eran entrañables. Pudo ver además el alivio de sus vecinos: todo volvía a ser y estar como siempre.
Les dio las instrucciones necesarias para que no le repitiera esa noche y les dijo que volviesen a llamar si necesitaban algo más.

No pudo evitar volver con una sonrisa, recordando las palabras de aquella mujer : ¡ ya nos hemos dado guerra, ya !, y el deseo de poder decir lo mismo dentro de 50 años.







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