lunes, 20 de junio de 2011

Transferencia

La conocía desde hacía años. Eran compañeras y amigas.
Era una buena persona y una gran profesional. Sabía mucho y daba siempre la impresión de tenerlo todo bajo control. Su único problema para aquel trabajo no eran los casos, ni el estrés, ni el horario o la falta de sueño. Su único problema era saber qué hacer con las emociones que, de vez en cuando, aquel trabajo le transfería.
El problema no era lo que veía o el caso al que se enfrentaba. Daba igual que hubiese más o menos sangre, más o menos muertos. A esas alturas ya lo había visto todo. Sin embargo, de vez en cuando, algo llegaba a traspasar el uniforme y la tocaba.

Cuando habló con ella esa mañana supo inmediatamente que algo le había pasado. Estaba tocada, se le quebraba la voz y casi sin poder hablar se le arrasaban los ojos. Quería llorar... pero ¡ella no podía llorar! ¿cómo iba a permitirse una debilidad así?.
Pasó a buscarla y una vez en el coche, le contó que habían ido a una parada de un hombre joven, con hijos pequeños y no había salido. Le dijo que aquel servicio la había dejado mal y no podía dejar de darle vueltas en la cabeza.
Entonces lo supo. Supo que no era el aviso, ni el resultado, ni que fuese algo en lo que le hubiese quedado duda de haber podido hacer más, ni siquiera era el primer caso así, o el peor. Sabía lo que le había ocurrido: " te tocaron, ¿verdad?". "Sí. Su mujer me preguntó si podía darme un abrazo. ¿cómo iba a negarme?"
Era ese contacto lo que la había destrozado. Se lo explicó: "mientras puedes mantener la distancia física, eres una persona no implicada emocionalmente, pero si te tocan dejas de serlo. Entonces te sacude un descarga eléctrica, notas como te transfieren su angustia y su dolor, te conviertes en su "toma de tierra" inicial. Hasta entonces el uniforme te protege, es como si todo lo que ves en el trabajo se pudiese quedar allí, pero si te tocan, entonces te los llevas."
Se sintió comprendida.
La dejó hablar un rato, lo que quiso. Después la abrazó.
Esta vez le tocaba a ella ser su "toma de tierra". Gracias a Dios podían hablar y explicarse y entenderse sin hablar y darse un abrazo. Ambas eran conscientes de que esa terapia era muy importante para volver a sus vidas medianamente equilibradas.

No iba a dejarla viajar hasta que la viese un poco mejor y sabía que necesitaba cambiar el punto de vista de la vida. Necesitaba ver también la otra parte de la vida: la risa , la alegría, la tranquilidad, la rutina diaria, la amistad.
Las tragedias existían pero afortunadamente ésta no era suya.
Había que pararle la cabeza como fuese, porque si no aquel iba a ser un viaje muy duro. Sabía que le encantaban los críos y ella le podía ofrecer dos pequeñajos, que en cuanto la vieron  empezaron a contarle sus cosas. Sus cosas taaan importantes y taaan absorbentes que no se podía distraer.  La vio reír y relajarse.

La dejó irse después de comer, mucho más tranquila.
Ambas sabían que aquel aviso no se le iba a olvidar jamás, pero estaba mejor. Quizá ya no le quitase el sueño esa noche y necesitaba descansar. En poco tiempo dejaría de pensar en ello y el recuerdo quedaría adormecido en un rincón, como otros muchos. Pero si algo lo sacaba a la luz, volvería a recordarlo todo.
Parecía imposible, pero de esos avisos podían recordarlo todo por mucho tiempo que hubiese pasado: el color de las paredes, la cara de la gente, el olor, la ropa... la angustia y el dolor.

Alguna vez pensaba que si cuando fuese vieja tenía demencia, ojalá empezase por borrar esos recuerdos.

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