domingo, 5 de junio de 2011

La noche en la isla. (Los versos del capitán)

"Me gustas"- le habia dicho.
Recordó con nitidez los poemas de Neruda "los versos del capitán".
Esos versos, escritos por otro, eran suyos y tenían nombre en el destinatario.Ya no eran sólo unos versos al aire, eran verdad.
No se los habia recitado, a pesar de pasar la noche en la isla  y haber recorrido todos los versos, a pesar de que no era ya ni la primera ni la segunda noche en la isla. Sin embargo sabia que no hacia falta decir nada más , tal vez ni éso.
Los recordaba con el soniquete del dúo formado por Olga Manzano y Manuel Picón. Le parecían los versos más sensuales que se hubieran escrito nunca ( al menos, los más sensuales que ella hubiera leído).

Le gustaba mucho la poesía y habia leído muchos poemas de muchos autores, y aquellos seguían siendo los más sensuales. Habían llegado a sus manos de forma casual, cuando aún no tenía edad para ese tipo de poemas, cuando no tenía la experiencia de haberlos vivido, cuando aún era imposible entenderlos... pero la habían cautivado, los había aprendido y los había guardado... y hoy los recordaba.
La poesía era como la música: magia pura. ¡Eran las palabras justas para expresar sentimientos!. 
A ella le gustaba leer. Casi nunca releía prosa, pero la poesía era otra cosa. Podía leer y releer poemas cientos, miles, de veces y le gustaban cada vez. Los podía saber de memoria y aún así los releía con su cadencia, con sus puntos y comas. Aquellos libros estaban siempre vivos, eran intemporales, siempre presente.
Con música y poemas intentaba explicarse muchas veces, otras se entendía ella sola, pero siempre disfrutaba.


De tus caderas a tus pies
quiero hacer un largo viaje.
...
Cuando tus manos salen,
amor, hacia las mías,
¿qué me traen volando?.
Por qué se detuvieron en mi boca,
de pronto,
por qué las reconozco.
Los años de mi vida
yo caminé buscándote,
crucé los arrecifes.
Subí las escaleras,
me llevaron los trenes,
las aguas me trajeron,
y en la piel de las uvas
me pareció tocarte.
...
Hasta que se cerraron
tus manos en mi pecho
y allí como dos alas
su viaje terminaron.
Y cuando tú pusiste
tus manos en mi cuerpo,
reconocí esas alas
de paloma dorada.
Su suavidad venía
volando sobre el tiempo,
sobre el mar, sobre el humo
como si entonces antes,
las hubiera tocado,
y hubieran recorrido
mi frente y mi cintura.
...
Tu cuerpo
no es sólo la rosa
que en la sombra se levanta.

Tu cuerpo
no es sólo la sangre
ese pétalo del fuego.

Tu cuerpo
es mi territorio,
es el barro de mi infancia.

Tu cuerpo
es agua escondida
es la tierra que me llama.

Yo guardo
mis palabras en tu cuerpo
y el que las oiga un día
recibirá una ráfaga de trigo y amapolas.

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